martes, 6 de julio de 2010

Quince semanas.

Llega un momento en que los días se suceden uno de otro y no tienen la mayor importacia. Las paredes ya no se te vienen encima como en el primer instante en que te cercaron, y las palabras: habitaciones y retención, toman dimensiones incomesurables.
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Luego del último empellón entre los militares de alto rango que se dieron hasta con los botellas vacías por las fallas en el último operativo, eramos 20, entre katsas y topos, no es que fallaramos, cometimos muchos errores y muy evidentes.

A mi padrastro se le desbordaban las órbitas oculares cada que mencionaba la relación de hechos, los tiempos y la poca precaución. No, nos castigaron pero tampoco nos aplaudieron. La reunión duró 18 horas, luego vinieron una serie de interrogatorios y evaluaciones independientes; lo que pudo ser el operativo de la década terminó aquí, encerrados en estas habitaciones compartidas, baños compartidos, sin conexión al exterior y ahogándonos entre nuestras miserias peor que en operativo dentro buque de asalto anfibio.

Mis evaluaciones salieron como siempre, no logran entender mi capacidad de "ausentarme y ser tan funcional". Es una deficiencia, sí, pero no les molesta, soy la más estable al momento de ejecutar una orden, nunca dejo de identificarme con el enemigo, sino hasta el momento de disparar, aunque termine bañada de sangre.

Nos remetieron en éste cuchitril por quince semanas, con posibilidad de conectarnos por unas horas al día y bajo estricto monitoreo; justificaron que luego de quince semanas de probada resistencia nos harían pasar por una serie de procedimientos estéticos para cambiar nuestra identidad, adentro ya no eramos 20, sólo cuatro. Como soy la única mujer, tienen la decencia de dejarme dormir y bañar sola, aunque no es decencia, es miedo, todos saben que soy la "hijastra loca" del SubComandante, la potencial asesina serial que a los 12 años le disparó en la oreja, rozándole la cabeza para probarle que tenía mejor punteria que él. Según registraban los archivos, la verdad es que yo era prácticamente muda y nunca he dicho mayor comentario al respecto.

Mi padrastro que añora en cada operativo poder justificar mi destierro, ve como crece la bola de nieve que en cualquier momento le va a reventar en la cara. Y ahí sigo yo, la de siempre, sentada tranquilamente comiendo galletitas de vainilla, pidiendo leche deslactosada, mirándolo sin odio y sin afecto, como ausente, la neshama de los ojos como platos que abraza al mundo con una curiosidad infinita, con la sonrisa transparente. Su neshama inofensiva como cualquier MDW*.
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*arma de destrucción masiva.

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