lunes, 13 de diciembre de 2010

Tu qué sabes del amor, si no viviste un Septiembre del '84.

Recuerda que tú eres lo único que te pertenece en el universo.

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Bibi me recuerda todo aquello que en mi vida parece un ciclo de pérdidas interminables. La primera vez que lo vi fue en mi cumpleaños, nos mudaron a Israel a los pocos días de la muerte de mi padre.

Pocas cosas tengo tan vívidas como aquella última vez que estuve con mi padre; fue por mí a la escuela una mañana antes de la salida del colegio, literalmente, me le emberrinché para que me comprara unas bolitas, como yo les decía, que no son otra cosa que goribas. Lloré tanto, que luego de rodar en el auto por muchas calles, tomó el riesgo y nos bajamos a comprar las goribas. A mi padre nada lo desquiciaba más que escucharme llorar, decía que no entendía como una niña tan ausente podía llorar con tanto sentimiento.

Anduvimos rodeando las calles sólo para hacer tiempo, esperar que llegara mi madre y él pudiera regresar a su trabajo, todo sucedió tan rápido, lo vi alejarse, perderse en la distancia y de pronto ya no estaba más.

Así me imagino cada pérdida en mi vida, con esa rápidez y esa violencia. El irrumpir de los pasos de Bibi atravezando la sala son como ese eco de la conciencia que todos queremos evitar escuchar, como el sonido que producen los látigos al rozar el aire. Sus ojos como pequeños anzuelos de metal que podía infringirte una muerte lenta.

Al verlo dejé de llorar la muerte de mi padre. Así fue. Tenía esa manera de hablarme ecuánime y acartonada que bien podía sentir en mi casa el ambiente vulgar de la burocracia de las nuevas tierras que me cobijaban.

Y el estallido en Beirut se fue apagando de mi memoria conforme se fueron sumando velas al pastel de Bibi, medallas de honor a su pecho, silencios a nuestras vidas.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Ichneumon

Hay serpientes que también son encantadoras.

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Me dijeron que eran dos y que siempre iban juntas. Así son las parejas, no se alejan demasiado la una de la otra. Se acompañan. Así que era matar a ambas o no matar a ninguna. Debo confesar que por primera vez titubié, sentí agolpar la sangre en todas las partes que de mi cuerpo ya no recordaba, sentí como el aire me faltó y esa ansiedad que irrredenta que hormiguea en el vientre y baja hasta el sexo, éso, deseo.

Tocar, probar, oler, conocer. Sentir su humedad bordeando la mía. El murmullo imperceptible que emitía al reconocer una presa. Sus ojos hipnóticos se clavaron en el fondo de mis córneas como queriendo dejar un mensaje grabado, se me acercó despacio y rodeo mis piernas lentamente. A lo lejos distinguí el murmullo del doble opuesto que venía cercándome la huída.

Me quedé inmóvil y un poco aturdida, cuando comprendí que estaba a punto de ser asfixiada; si sus ojos no me matan, su peso me asfixia o sus colmillos me clavan. Y no había huída. La tomé firme y le azoté la cabeza contra el piso, una, dos, tres, incontables veces, hasta ver brotar su sangre a chorros, exploté la cabeza en el piso y aquella seguía meneándose compulsivamente.

La otra se dejó venir buscando mi cuello, más lenta, más precisa, con los ojos amarillos mostraba su lengua que contagiosa iba hurgando la temperatura. De alguna manera mis manos la tomaron del hocico, y lo abrieron hasta separarlo, desgarraarla, hacerla pedazos, ver las vísceras caer y esa fetidez sanguinolienta que se mezclaba con el olor de veneno.

Rompí en llanto con toda aquella adrenalina y enmedio de la confusión olvidé que el antídoto soy yo.

viernes, 27 de agosto de 2010

El atardecer de los tigres dorados.

Y sin embargo, retozan.












Desnuda en la mitad de la habitación, frente un espejo desprovisto de marco, mis cabellos negros escurriedo copiosamente la alfombra y mis pies descalzos llenos del polvo acumulado por días.

Tu paso sigiloso te deslizó directamente hacia mí, yo seguía de espalda, cepillando mi cabello, untando mi piel delgada con esencia de jazmines. Sólo percibí el gruñido que precede a la intensión de atacar, venías con las orejas levemente erguidas y la piel eriza.

Me quedé quieta, muda, con los ojos enormes al sentir la dentellada feroz que me sujeto del cuello, tus brazos largos dominaron mi cuerpo, dejándome mínima y sin oponer resistencia. Me derribaste en un beso largo y furioso que nos llevó a revolcarnos en un juego burdo que resultó en mayor excitación. Mientras yo trataba de oponer resistencia; tú, sujetabas mis brazos con tus dos enormes manos, dejando caer todo el peso de tu torso; sentía que el aire se me comprimía en el pecho hasta casi ahogarme. Me besabas como la lluvia del trópico; copiosa, violenta, estridente, evaporándose antes de tocar el suelo.

Entonces fue que reaccioné, me dejé llevar por el placer de sentir tu boca recorrerme el cuello, que la humedad de tus labios palpara mis orejas introduciendo la lengua, sin atinar a decir nada saborear tu aliento, escuchar tu respiración entrecortada y sentir como caían las gotas de sudor sobre mi piel, sudor que sabe a lo mismo que tu tez. Tu piel, olor y sabor son idénticos: son cetrinos.

En ese mismo silencio dejé que las piernas cedieran a la embestida de tu boca sobre mi pecho cuando empezaste a bajar, mordisqueabas mis senos con trémulo deseo provocando un gran dolor, parecería que querías arrancar los pesones de un tajo. No soltabas mis brazos, temiendo un duelo de fieras heridas; y aún así, tu cuerpo alcanzó para llegar a mi vientre que hervía, introduciste tu lengua temblorosa en la vulva buscando mi clítoris, cuando percibiste mi humedad fue que soltaste mi brazo izquierdo para tocar mis labios vaginales, la presión de tus dedos lastimaba de tal manera que era placentero; al introducirlos a mi vagina un grito de placer brotó ahogado de mi garganta que bien pudiste confundir con terror. Empezaste a frotar con brusquedad haciendo movimientos circulares mientras lamias zigzagueante todo alrededor.

Trataba de contener mis gemidos, mis muslos se sujetaban fuerte alrededor de tu cuello, cuando al provocarme un espasmo, me apartaste violentamente llevando tus manos a mi cuello, me advertiste que ni se me ocurriera venirme en tu boca. Fue entonces que me penetraste atravezando una vágina ya seca ante el horror de una inminente asfixia. El dolor fue intenso, tu barba raspaba mi rostro mientras ahogabas mi boca en tu boca y tus manos de nuevo sujetaban mis brazos con una fuerza bestial con la que entrabas y salías de mí. Había dolor y mis lágrimas corrían sin yo poder evitarlo.

Complacido decidiste que lo mejor era terminar en mi cara; entonces vi como esos ojos negros me penetraban con mayor fuerza que cuando te tenía adentro; eran de un cristalino profundo y taimado, con unas pestañas copiosas que se confundían en el inmensidad de tu mirada. Había visto ese rostro tantas veces en fotos y no fue sino hasta tenerte así que descubrí en tus ojos el vacío de mi mirada.

Te escupí mientras te carcajeabas. Sabías que ya no opondría ningún tipo de resistencia, ni intentaría huir aunque me esposaste a la puerta del baño antes de salir. Me quedé sentada en el piso tratando de aquilatar la dimensión del operativo fallido, la confusión se había apoderado de mis nervios: si habías llegado hasta aquí, secuestrando mi habitación y me perdonabas la vida, era porque afuera ya no había nada que rescatar, aunque tus ganas de poseerme fueron mayores que el asco que podía provocarte esta cerda judía.

Avanzaste a la puerta mientras la ventana reflejaba un inusual ocaso dorado, ocre y pálido, como los tigres sin rayas, como nosotros...

                          

martes, 17 de agosto de 2010

Levante.

Y los perros siempre vuelven, aunque a veces solo sea para ensuciar el piso.

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La primera vez que estuve en Líbano fue a los cuatro años, mi padre aún tenía familia viviendo en Saida, ningún recuerdo me queda de eso. La segunda fue por salvoconducto para llegar hasta la Embajada de Estados Unidos en Beirut; en el tiempo que Nona y yo huímos, luego de que le volé medio rostro a mi padrastro. Tenía 11 años y sigo con los recuerdos vívidos como las imágenes que ahora tengo delante.

Es de pendejos volver a la escena de un crimen. Pero a partir de hoy, el Levante se queda indeleble en la memoria como espacio-temporal donde mis miedos se incrustan como las cercas de madera en la tierra blanda que rodea el camino que ahora recorro.

¿Qué pasa cuando un katsa cuando no puede cometer un crimen?

Huye. Y hay que esconderse de preferencia en los lugares más comunes, donde todo el mundo lo note, para que de tan cotidiano que te vuelvas nadie sospeche. Y tratar de mantenerse flotando en la normalidad hasta que las aguas se vuelvan calmas.

No es que no pudiera matarlo, es que no quise. Sostuve el arma con las dos manos y no disparé. Intente infinidad de veces romperle el cuello mientras dormía y terminaba acariciando su nuca, ahogándome yo. Demoré la partida, prolongué en el tiempo el deseo de pertenencia aún sabiendo que la factura estaba por llegar.

Me quedo parada en medio de la verja, con los ojos abiertos y el cabello revuelto; ése, el mechón crespo que le gustaba enredarse entre los dedos. Azorada de ver el ir y venir de transeuntes que me ignoran, sin saber que potencialmente soy eso que llaman enemigo. Y mientras que aquí se dan bala, yo no sé nada, ya muerta estoy.

sábado, 7 de agosto de 2010

Borders.


Son las 4:30 a.m., media hora antes de que suene el despertador y una hora antes de que llegue el amanecer; recorro la cortina de la recámara y descubro sutiles albores de la mañana. Las luces se reflejan mejor en el mar, aunque los bancos de brisa suelen ser densos en toda la zona donde vivo.

Llego a hacer fila a la garita justo a las 6:00 a.m, y mi absurda idea de tiempo extra se esfuma al ver la larga fila que da vueltas hasta el lado opuesto de Palacio Municipal, y encima, el tráfico mal desviado que sólo logra hacer más agobiante la espera. Es verano y el sol ha salido deslumbrante en todo lo alto, el viejo lobo de mar que me he vuelto para este asunto de cruzar todos los días me indica que la demora es de mínimo dos horas, por lo que empiezo a echar mano de mi kit vs. la garita: playlist de música gapachosa, cargador de ipod, lectura de aeropuerto, bolsa de maquillaje, celular, dos manzanas, café cargado y una que otra cosa inverosímil.

Catorce años de cruzar obligadamente cada mañana. Las cosas han cambiado al paso del tiempo y ahora que lo pienso yo crecí aquí, en medio de esta fila cada vez más larga; ya no percibo este espacio como cuando era niña y mi padre cruzaba a todos mis primos sin documentos, antes era una sincronía, ahora es un desfase en tiempo y forma que se prolonga exponencialmente y… En eso estoy cuando el brillo del sol me da en los ojos, recordándome que por las prisas olvidé mis gafas y tomar mi medicamento. Cargo con otro montón de pastillas paliativas que no me van a servir para nada si no me pongo mis gafas.

¡Mierda! ¡Cómo pude dejarlas en casa!

Soy migrañosa; los veranos en California pasaron de mí hace algunos años, cuando la fotofobia y yo nos volvimos una pareja disfuncional pero recurrente. Respiro profundo, tratando de distraer el dolor pulsátil en el ojo izquierdo que lagrimea. Espero que avance la fila para encontrar algún vendedor de agua helada y lograr que los paliativos tengan algún efecto antes de cruzar y llegar a mi trabajo donde tengo más pastillitas milagrosas bien guardadas.

Apagué la música y me olvidé del libro. Empiezo a observar a mi alrededor a todos los vendedores y servicios que me ofrecen a las 6:30 a.m., desde cualquier tipo de comida chatarra, café de cadenas comerciales locales, voceadores, aseguradoras para automóviles que ofrecen planes de un día en cobertura de responsabilidad civil en Estados Unidos, cambio de divisas, limpiadores de trapo y esponja, gente pidiendo dinero para todo tipo de necesidad, encuestas de partidos políticos, farmacias ambulantes, juguetitos baratos, camisetas de equipos de fútbol, cobijas, adornos para la casa, ofertas de cirujanos plásticos que cobran en abonos y terrenos con vista al mar. Todo lo necesario para un cruce ‘placentero’, pero nada mitiga la desesperación de no poder bajar del auto y mandar todo al demonio cuando ya llevas dos horas ahí aplastado y la fila parece no avanzar.

Me cubro el dolor con las manos, como si tuvieran el poder de mitigarlo y me viene a la memoria un comentario estúpido de mi hermana hace unos días:

- Me estoy levantando a las 5 a.m. para ir a caminar con mis amigas al parque Morado.

- Y le respondo: sí, yo también me levanto todos los días a las 5:00 a.m. y desde hace mucho para venir a trabajar.

Y es que la perspectiva un tanto absurda de la gente vive del otro lado es que los que vivimos acá padecemos sólo por el placer de perfeccionar nuestro talento de mártires; muchos se olvidan de que alguna vez vivieron en Tijuana, cruzaban a diario y salieron huyendo de ese día a día. Es fácil hablar desde la óptica de quien sólo se refiere a Tijuana  y todo el asunto binacional como una molestia, cerrar los ojos y volverse crítico indolente de una realidad que a todos nos toca. Cada que anuncian que otorgarán ingresos para reforzar la frontera, que harán alguna modificación a los sistemas de rastreo y seguridad, que mandarán blindajes, vallas extendidas o emiten comunicados exhortando a no cruzar la frontera, nosotros sabemos que se traduce en: más tiempo perdido haciendo fila.

Mi dolor no cesa; sigo tratando de distraer mis pensamientos, de dirigir mi rabia hacia algo externo... Recuerdo la mañana del 11 de septiembre, estaba dormida y la de nuevo, babosa de mi hermana, me despertó a las 6:30 a.m. para de decirme que ni se me ocurriera cruzar esa mañana la garita porque la iban a cerrar. . Yo le estaba mentando la madre mentalmente por haber osado despertarme tan temprano y diciéndole que mejor me cruzaba antes de que la cerraran. Qué ilusa; pocas mañanas quedaban de ésas, cuando me levantaba a las 7 a.m. para llegar a mi trabajo antes de las 9 a.m. Ese día se rompió el encanto: a partir de entonces empezamos a conocer esperas de más de una hora, inspecciones por motivos absurdos y chauvinistas, el estrés y agobio ante la indolencia a respetar nuestra persona, tiempo, necesidad, etcétera.

Mi padre, como buen sajón, desde pequeña me enseñó que ningún inspector tenía derecho de violentar o cometer abuso de autoridad por razón de mi origen y residencia. Con la mitad de mi familia en San Diego mi cruce siempre ha sido constante, a veces más de una vez al día, pero cuando empecé a cruzar como adulto, motivada por una necesidad laboral, mi perspectiva cambió radicalmente. Pocas veces tuve problemas con respecto a la seguridad, pocos cuestionamientos y segundas inspecciones, recuerdo haber cruzado sin ninguna identificación hasta que el año pasado exigieron pasaportes a todos los adultos sin excepción.

Me da un poco de temor manejar con un dolor de cabeza tan fuerte, sé que de no ceder tendré que llamar a mi trabajo, pero no lo puedo hacer porque mi celular no tiene línea sino hasta acercarme más. Ya ha pasado más de una hora, voy a la mitad, mi dolor crece y el humor de los automovilistas empieza a mutar; es evidente ahora la molestia que desdibuja sus expresiones. Volteo a la derecha y notó que la línea de acceso rápido está igual de lenta, ya ni los casi 150 dólares invertidos por cabeza para pasar fluidamente. Pienso que debí dejar el carro en San Ysidro y cruzar caminando, pero en los últimos meses el cruce peatonal, además de lento, se convirtió en un campo minado por las agencias de seguridad. Antes de llegar a la inspección de documentos, mínimo10 policías estuvieron observando y, de detectar cualquier actitud sospechosa, pidieron documentos o pasaron a los perros entrenados entre tus piernas. Como forma de intimidación funciona hasta que la costumbre te lleva a ignorar y volverte inmune a ese tipo de actitud hostil. Lo mismo sucede desde siempre en el cruce vehicular, pero no es lo mismo un perro olisqueándote la entrepierna que las llantas del auto.

El olor a fritangas que va surgiendo de entre las filas, me produce más nauseas. Creo que todos ya estamos rabiando bilis; son dos horas y quince minutos y apenas llegamos a la zona donde los postes dividen las 24 puertas de la garita. Este proceso puede ser tan lento o tan rápido como el agente decida: pues bien, hoy el agente de mi fila decidió no hacerlo nada ágil. Me miro en el espejo retrovisor y mi rostro luce maltrecho, abotagado, con el  ojo derecho visiblemente inflamado y el dolor me tiene hasta entumecida. Veo la hilera de postes que nos separan de fila en fila, como una extensión de la barda. Los agentes pasan entre nosotros, husmean, de cuando en cuando mueven los carros y nunca falta el que en plan pesado pida los documentos sólo por sospechar, baje al conductor de su auto y lo lleve amagado o hasta esposado de pies y manos para pasarlo a la segunda inspección al sonido de la rechifla entre las diferentes divisiones de seguridad para dar aviso a que salgan agentes de refuerzo, como si se tratara de delincuentes peligrosos. Los mismo sucede a la salida en el cruce hacia México, mientras estés en los límites del territorio de Estados Unidos eres susceptible de pasar como delincuente hasta que se demuestres lo contrario, tal como lo dice la legislación.

Mi mente en esos momentos se queda perdida pensando en que debo cruzar mañana sin carro; que es viernes y seguramente encuentre otras tantas horas de fila para salir, que no llegaré a la tienda para no salir cargando, que seguramente se me partirá el corazón al ver el montón de deportados y ex convictos que cada hora llevan a botar al bordo y se les ve deambular por la ciudad como perritos en crucero, asustados, con hambre y sin dinero. Es una realidad: cientos de personas deportadas al día, que han vuelto a la ciudad un pulular de gente desocupada ofreciendo sus servicios bilingües por unas monedas. Eso también es un hecho: la ciudad se ha llenado de gente que una vez deportada, al terminar sus condenas en las cárceles y haber perdido todos sus derechos como residentes legales en Estados Unidos, vienen a verter su frustración y sueños a medias en una ciudad que donde no desean encajar, aspirando a lograr un perdón por las autoridades migratorias o por lo menos una oportunidad para regresar ilegalmente.

Llego finalmente con el agente migratorio, revisa mis documentos y luego de las preguntas de rutina y hacerle una inspección a mi auto hasta por debajo de la tarjeta de circulación, me hace la famosa boletita naranja para pasarme a inspección secundaria.

¡Lo que me faltaba! Cómo si estuviera en condiciones de lidiar con preguntas estúpidas y sabrá cuánto tiempo ahí dentro; porque entrar a la inspección secundaria es como entrar a la dimensión desconocida: sabes cuándo entras pero no cuándo y cómo vas a salir. Un agente me guía de camino, me pide que me estacione y espero varios minutos, el dolor de cabeza sigue, por lo menos ya no estoy bajo el rayo del sol. Se acercan otros agentes y me piden mi bolso, las llaves y me bajan del auto; me sientan en una mesa adyacente de metal dando la espalda a la revisión. Duran aproximadamente media hora antes de acercarse a mí, levantarme de la mesa y tomarme de los brazos cual vil malandro para llevarme a una oficina escueta con una barandilla y algunas sillas. Una oficial se acerca y me hace una revisión completa. Los oficiales a cargo de barandilla ya tenían mis documentos con ellos y algunas de mis pertenencias; el que me entrevista me dice:

Señorita, ¿usted tiene así la mirada o está bajo el influjo de alguna droga?

Todo eso en el tono menos amable. Empecé a sentir un poco de nervios. No tenía nada en el carro ni conmigo. Sólo atiné a responderle que tenía un cuadro severo de migraña, que me sentía muy mal por haber estado casi tres horas de frente a la luz, y que sí, en efecto, había tomado algunos analgésicos que estaban en la guantera.

Me hicieron a un lado, me sentaron y me dejaron esperar una hora completa sin dirigirme la palabra, hasta que finalmente empezaron a interrogarme. Las preguntas de rutina: ¿dónde naciste?, ¿dónde vives?, ¿fecha y lugar de nacimiento?, ¿nombre y nacionalidad de tus padres?, ¿dirección en EU?, ¿por qué cruzas diario?, ¿a qué te dedicas?, ¿quiénes son y dónde vive tu familia?, ¿con quiénes vives?, ¿qué traes en el auto y cuánto tiempo tienes con él?, ¿le has hecho una reparación mayor en los últimos meses?, etc… Una y otra vez y con la mayor cantidad posible de variantes.

Luego cesaron las preguntas y vino otra hora en la que vi pasar cada minuto en el reloj que tenían colgado sobre la pared de la puerta de salida. Vi entrar y salir agentes, con desayunos y café, bromeando, platicando sobre trivialidades. En algún punto me perdí en pensarlos fuera de ese cuarto hostil, como padres de familia, esposos, amantes, hijos, clientes de home depot y espectadores de los Padres. Los escuché murmurar entre dientes: la chica vive en México pero no tiene nada, el récord está limpio y aquí están las  llaves y los documentos. Aún así, vi pasar la larga hora de espera hasta que finalmente me dijo el oficial a cargo del interrogatorio: te puedes ir, la inspección ha terminado.

Habían pasado seis horas desde que salí de mi casa, mi día laboral ya era un absurdo y mi dolor de cabeza seguía ahí. Así que tomé mi bolso, me dirigí a la salida y tomé el retorno a Tijuana…


sábado, 24 de julio de 2010

#notetoself

Olvídate de ser amable.

Hace un año decidí volar con todo y la soberbia que eso implicaría, no me arrepiento, en cada nube que se atraviesa he aprendido que los límites los pongo yo, hasta hoy no he encontrado mayor turbulencias en mi vuelo, aunque sigo sintiendo reticencia al contacto con lo humano, aversión a la convivencia, desgaste físico por exceso de lo emocional.

No es fácil ser amable cuando lo haces mecánicamente, no es fácil ser humano cuando todo lo humano termina cayendo en lugar común y los seres se van repitiendo uno tras otro. No sé quién puedo ser yo a los ojos de los demás, pero sé quién vive aquí dentro. Y entonces la ubicuidad de mis pensamientos me saca de las convivencias cotidianas, me separo del entorno inmediato y me veo fluir en otras dimensiones, lejos de todo.

El lenguaje me agota, no es que lo sienta agotarse, me agoto de no rendir dentro de mis propias palabras, quiero salir de él, huyo. Nunca supe mostrar empatía, ahora las palabras no me rinden en un mundo donde todo se construye con palabras. Lo ideal sería volver a mi esfera de cristal y resguardarme de mis miedos, pero ya no hay tiempo para eso.

jueves, 15 de julio de 2010

Yo creo que Neshama quiere dormir sola aunque un regimiento se rinda a sus pies.

martes, 6 de julio de 2010

Quince semanas.

Llega un momento en que los días se suceden uno de otro y no tienen la mayor importacia. Las paredes ya no se te vienen encima como en el primer instante en que te cercaron, y las palabras: habitaciones y retención, toman dimensiones incomesurables.
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Luego del último empellón entre los militares de alto rango que se dieron hasta con los botellas vacías por las fallas en el último operativo, eramos 20, entre katsas y topos, no es que fallaramos, cometimos muchos errores y muy evidentes.

A mi padrastro se le desbordaban las órbitas oculares cada que mencionaba la relación de hechos, los tiempos y la poca precaución. No, nos castigaron pero tampoco nos aplaudieron. La reunión duró 18 horas, luego vinieron una serie de interrogatorios y evaluaciones independientes; lo que pudo ser el operativo de la década terminó aquí, encerrados en estas habitaciones compartidas, baños compartidos, sin conexión al exterior y ahogándonos entre nuestras miserias peor que en operativo dentro buque de asalto anfibio.

Mis evaluaciones salieron como siempre, no logran entender mi capacidad de "ausentarme y ser tan funcional". Es una deficiencia, sí, pero no les molesta, soy la más estable al momento de ejecutar una orden, nunca dejo de identificarme con el enemigo, sino hasta el momento de disparar, aunque termine bañada de sangre.

Nos remetieron en éste cuchitril por quince semanas, con posibilidad de conectarnos por unas horas al día y bajo estricto monitoreo; justificaron que luego de quince semanas de probada resistencia nos harían pasar por una serie de procedimientos estéticos para cambiar nuestra identidad, adentro ya no eramos 20, sólo cuatro. Como soy la única mujer, tienen la decencia de dejarme dormir y bañar sola, aunque no es decencia, es miedo, todos saben que soy la "hijastra loca" del SubComandante, la potencial asesina serial que a los 12 años le disparó en la oreja, rozándole la cabeza para probarle que tenía mejor punteria que él. Según registraban los archivos, la verdad es que yo era prácticamente muda y nunca he dicho mayor comentario al respecto.

Mi padrastro que añora en cada operativo poder justificar mi destierro, ve como crece la bola de nieve que en cualquier momento le va a reventar en la cara. Y ahí sigo yo, la de siempre, sentada tranquilamente comiendo galletitas de vainilla, pidiendo leche deslactosada, mirándolo sin odio y sin afecto, como ausente, la neshama de los ojos como platos que abraza al mundo con una curiosidad infinita, con la sonrisa transparente. Su neshama inofensiva como cualquier MDW*.
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*arma de destrucción masiva.

sábado, 8 de mayo de 2010

A ver qué pasa...

Y como me cansé de buscar, remover, disfrazar, destruir, sobornar, matar y desmadrar situaciones, opté por la comodina frase de ir con los ojos vendados hasta topar con pared, aunque eso sea terminar donde empezé, sabiendo que no soy más que la hija bastarda de Monk.

jueves, 29 de abril de 2010

De Fieras.

Hay dos tipos de fieras, las que van directo a matar y devorar a su presa y las que hacen que su presa muera por ellas.

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Este mundo nunca fue lindo ni feo. Ahora sólo es.
Cuando uno se dedica a traicionar la confianza de quien has logrado envolver en un juego de mentiras, fingir, vivir aparentando que se le cree, cuidarte la espalda, la boca, la mirada, que el cuerpo entero no te delate. Hacer todo tan mecánicamente como una farsa cómica, que se repite una y otra ez, en todas las esferas de la vida. Esperar agazapada para hincar una mordida profunda al cuello de la víctima, verlo conmoverse de dolor, desangrarse, desollarlo de preferencia vivo, lavarte y luego darte la vuelta y dejar su muerte atrás. Como lo que es, nada; la vida y su muerte son eso, símbolos sin demasiada importancia, nunca sabremos a manos de que dolor vamos terminar tendiendo el cuerpo por ahí, que fieras vendrán luegoa corroernos todo lo íntimo, sin saber que harán de nuestro cuerpo restos impúiodos malholientes de eso que llaman miseria humana.

viernes, 16 de abril de 2010

Me gustan las palabras a las que yo les invento sus propios significados, por ejemplo: guijarros. Los guijarros son en mi mente, unos pájaros de tamaño mayúsculo que viven en las costas y abundaban durante el prehistórico. Aunque sé, que sólo son piedras.

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Los guijarros de mi fantasía son como tu sonrisa pixelada a muchos bits de distancia.
Como el eco de tu voz entrecortada, enmedio de la noche, llamando a mi cama.

Te he dicho cuánto te esperé?
Una noche, otra noche, cada miércoles por la madrugada.
Ebrio o drogado, lloviendo o sudando.

Cuando era niña me endilgaron aquella historia de que los ángeles en el cielo forman a las parejas antes de enviarlas a la tierra. Y sé que los angeles no existen, que te burlarías socarronamente de mi incredulidad, cómo siempre. Hay ternurita que no es linda, me dijiste.

Y yo que voy a ciegas caminando, un paso trabando al otro, sin detenerme, hasta estamparme en la pared. Porque así soy yo. Sin importar, quiénes o cuántos, dónde o qué, ese lugar, el tuyo, permanece intacto. Así, inmutable, como un par de luceros.

Pero eso, tampoco tiene importancia, habibe.

miércoles, 14 de abril de 2010

Ausencia necesaria.

Cuando no tengas nada positivo por decir, se valora tu silencio.

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Tengo días encerrada en este cuarto que nos contiene a todos, armando un estúpida estregia de ataque, salgo de cuando en cuando a comer, a revisar las noticias, a verificar que el mundo no se cayera sin que yo lo tirara. La cumbre anual de los mitómanos, así la llamo.

Detesto desde las entrañas estos encerrones rodeada de militares, sabiéndome más presa que parte de un evento "por venir". Hace tiempo que sé que este lugar ya no tiene nada para mí, y reconozco que el vacío en mi mirada desapareció. ¿Qué queda cuando no hay vacío en unos ojos como los míos?

Paradójicamente, cada día más insginias penden de mi saco.

domingo, 4 de abril de 2010

viernes, 2 de abril de 2010

Más que un nombre.

El karma es la vida que me sucede. El dharma, también.

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Un cúmulo de cansancio ahogado alrededor de mis ojos. Tres días de viaje relámpago a la planta de Minneapolis para aterrizar una noche despejada, casi transparente. Apenas tuve tiempo de cambiarme, subir la cuesta llena de olivos, edificios distantes a la mirada de morbosos que se erigen como un recordatorio de que "nosotros", no estamos seguros en ningún lugar.

Había dejado este lugar en calidad de otra cosa, era una mancebica. No tenían dónde esconderme de la furia que me esperaba afuera:

"Niña de once años dispara a sangre fría sobre reconocido militar bla bla bla..."

Infante, mujer, discapacitada, extranjera... Ordinaria. Y ahora estaba otra vez, con mis ojos hundidos en la miseria perenne de los actos de otros, recorriendo los pasillos con la misma sensación de escrutinio que buscaba a mis espaldas, lo que llaman: talento innato de sangre fría, sosciego y crueldad, que no es otra cosa que el haber vivido siempre en un exilio autoinducido.

Arriba me esperaba una reunión laboral y un careo pendiente con mi pasado.

Aún no estabamos en igualdad de condiciones, pero lo vi tan impecable, con las abotonaduras casi blindadas, la misma sonrisa seca y la barba crecida hasta el cuello, viene bien disfrazar heridas con piedad.

Se hizo una tensión ligera cuando entramos, que distendieron con la alegata sobre los paramilitares kurdos. Pasamos ocho horas cautivos entre discusiones, mapas, costes, evaluaciones, propuestas. El calor me asfixiaba, cuesta mucho pasar tanto tiempo encerrada y rodeada de tanto militar. Al terminar, se levantó y se dirigió a mí, el silencio se hizo evidente, pero mi jefe logró disiparlo en el resto de los presentes, me ha dicho:

- Es una pena que no supieramos que estarías aquí para Pesaj, princesa, a tu imma le hubiera gustado muchísimo que nos acompañaras, pero ya sabes que no es bueno darle sorpresas y con los chicos tiene siempre mucho estrés.

Yo me limité a responder:

- Pesaj sameaj para usted y los suyos, General.

Mi jefe me tomó de los hombros dirigiéndose a él:

- General, su princesa invitada especial de mi esposa en la casa que tenemos cerca de Haifa, vendrán mis sobrinos, tiene muchas ganas de conocer a la princesa. Disculpe que no le participáramos de su visita, fue precipitado y no premeditado. Y ya ve como son las esposas, la madre de la princesa nos comprenderá.

El General se despidió de ambos, desalojaron la sala y mi jefe al quedarnos solos sin separarse de mí me recordó que mi estadia sería muy breve, que mandarían por mis pocas cosas para irme inmediato a Haifa.  Que fuera inventándome una vida creíble para complacer a las preguntas de toda su familia.

- De quedarte aquí, tu padrastro viene a cobrarte las heridas que no se ganó en batalla.

Yo sólo me quedé pensando en ese nombre, el mío, que me han dicho varias veces y tenían tantos años sin escuchar.

lunes, 29 de marzo de 2010

sábado, 27 de marzo de 2010

Earth Hour.

Apagué todas las luces y no porque sea de gran conciencia planetaria, sino porque sentía que la sangre me hervía y me volaba la cabeza.

Azoté la pantalla de la computadora y me metí corriendo a la regadera. Dejé el agua fría correr por todos lados, me paré unos minutos debajo del chorro con los ojos abiertos, luego los cerré y me visualicé atrás, en los recuerdos, unos meses antes donde todo era distinto, donde el cielo nunca estuvo despejado.

Cerré la llave a ciegas, recargada en la pared con los ojos todavía apretados, tratando de navegar en el laberinto de dolor que pensaba ajeno, pero no, aún está ahí, aún vive dentro el fantasma de mis posibilidades de crueldad infinita, de sufrimiento anodino, esa sonrisa burlona que ahora me acosa diciendo que me he convertido en una máquina repetidora de clichés.

Sé que me he convertido en él, cuando me han preguntado lo mismo que yo le preguntaba a cada rato y rompía en llanto al escuchar la misma respuesta, que ahora he dado. Lo que ha sucedido hace días, no es nada; aprendí a dar marcha atrás abruptamente porque sé que el dolor, ése, va en crecendo si lo dejo asirme.

Luego recordé el mantra que aprendí y me repetía todos los días: el equilibrio es saber fluir con el movimiento, no hay nada de estático en él.

Respiré hondo, mi piel y mi cabello ya no escurrían, abrí los ojos y miré todo alrededor, era otro lugar, otra circunstacia, otro momento en mi vida, había fluído hasta aquí y todos los días tenía que pasar la misma prueba. Él se había quedado en el camino.

Sonreí porque ya había pasado lo peor, y me volví a salvar de mí misma.

jueves, 18 de marzo de 2010

La Nona.

Empezaba a caer la tarde cuando la Nona llegó con una taza de té, yo estaba sentada en las escalerillas que daban al jardín, ensimismada, como siempre. Ajena de todo lo remotamente humano.

Nona me dio la taza, haciendo hincapié en que me traía el té ese gringo que me había dado por tomar. Le sonreí, le dije: se llama Chai.

La Nona, mi nona, ese hombre que en cada arruga tenía un secreto escondido, había venido con mis padres y le instalaron aquí, lejos de todo, huyendo de su pueblo, dejo todo por venir a pasarlo a esta tierra de nadie y más allá de la hilera de macetas del jardín posterior, su vida no pasaba. Había logrado entenderse a medias con Amir, el de la tienda, o con Oziel, el repartidor del agua. Siempre decía que los prefería de clóset y con familia, a saber de qué iba esos deseos de no afrontarse ni él.

Cuando nací me depositaron en las manos de la Nona; con todo y nalgas, como suele recordármelo cada que puede. A los cinco años me mostró mis primero tacones y me dijo: vas a tratar de caminar erguida y sobre una sola línea; aquellos zapatos altísimos, tenían unas plataformas pesadas y brillaban, yo le decía que eran los zapatos de princesas, pero en realidad eran unos zapatos de rumbera que no sé de qué antro gay habrá conseguido. En sus ratos libres se dedicaba a diseñar vestuario para show de cabaret, su cuarto estaba lleno de pedacitos de piedras falsas, brillos, plumas y puras joterías, como lo regañaba mi madre, cuando les daba por discutir sobre qué era una buena educación para la Neshama. La Nona había sido el mejor amigo de mi madre, se lo trajó a vivir con ella cuando supo que estaba embarazada, luego se convirtió en mi madre de crianza cuando mi padre murió y mi madre se fue a vivir con el militar.

La Nona y yo jugamos tanto, era su pequeña muñeca. Antes de salir, me tomaba del cabello y lo peinaba perfectamente hacia atrás; me vestía con un uniforme impecable que verificaba pieza por pieza al igual que mis notas. Aprendió el idioma junto con mis tareas del colegio. La Nona, el hombre educado por sus tías las solteronas michoacans, me decoraba mi recámara con detalles hermosos, una vez pintó un mural de libélulas, hadas y mariposas. Aún revisa mi ropa cuando regreso a su casa, como ahora, su casa, que es más de él que mía.

Nunca decidió a irse lejos de mí, dice que mis padres no hubieran sabido que hacer conmigo, es verdad, para mi madre siempre fui una niña un tanto demente y para mi padre era su única hija la especial, la mudita. Ambos tan ocupados con la vida del Consulado.

No tengo tantos recuerdos de mis padres como de la Nona. Cuando mi padre murió, sólo he tenido a la Nona para hacerle entender a mi poca capacidad de empatía que mi vida se había trastornado. Que nos ibamos a quedar solas muy pronto, a la deriva si mi madre decidía no ayudarnos más. Y lo del accidente a mi padrastro, ha sido la Nona, quien se negoció a no sé cuál amistad, para que me sacaran del país y me entrenaran para el ejército. Me dio un bofetón y soltó las lágrimas, me dijo:  ¿qué has hecho, Neshama, qué has hecho?

Han pasado los años y la Nona sigue siendo eso: mi Nona. Él ha sido capaz de darme ese derroche de feminidad que no se permite para sí mismo. Ahora estamos solos, a la Nona ya le pesan los años, y sé que no le hace nada feliz que su Neshama se la convirtieran en un vil sicario, aunque en cada ascenso se sienta a mi lado, me da un palmada en las rodillas y sonríe, luego me dice, te voy a festejar como mi tía Martha, y me hace ese guiso con carne de cerdo que tanto me gusta. Y ni saber cómo es que consigue cerdo por estos lares.

No me lo dice nunca, pero sabe cuando las culpas deberían pesar y no me pesan, sólo me mira; a veces se sigue dirigiendo a mí como cuando tenía cuatro años y mi trastorno era más evidente, me toma de los hombros, me agita un poco y me mira fijo al hablarme. Yo le sonrío y me le abrazo, le digo: sí, sí, ya voy.

Ahora estaba sentado conmigo en el porche, hablando de no sé qué sobre los beneficios de la sábila  y la diabetes...

lunes, 15 de marzo de 2010

He aquí que me voy con mi sociopatía, a otra parte.

Si las relaciones humanas no son fáciles para nadie, para los adultos con reminiscencias de asperguer, menos.
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sábado, 30 de enero de 2010

Ensayo sobre la muerte de un cerdo.

Las primeras luces del amanecer tiñen de caramelo el vértice que se dibuja entre el mar y el cielo para despedir un olor a cuero enmohecido y cierta textura pegajosa de la brisa que cae entre las palmeras transplantadas, como una alusión a esos cuadros vacuos de escenarios felizmente californianos. Ése es mi espectáculo matutino. Todas las mañanas me siento a esperar a que suene el teléfono para recibir indicaciones. Mi línea no está intervenida, ni siquiera debe estar registrada.

Tengo pocos meses en este lugar tan vulgarmente cotidiano. He aprendido los patrones-horarios y los movimientos de los vecinos que me rodean. Hacer chit-chat con las chicas de servicio no viene nada mal; despeja suspicacias sobre mi persona y así reconozco por quiénes estoy rodeada. Hace algunas semanas escuchaba tiros a unas casas de distancia: ese sonido familiar de fuego seco aunque las armas estén silenciadas. Viejo lobo de mar, apagué la televisión, nevermind, pensé. Y la policía apostada frente al ventanal de mi sala, varias veces al día. Los observaba y me sabía observada. Finalmente confiscaron la casa. Era molesto tener a la policía local metida tan cerca. Y todo por unos baratos secuestradores.

Suena finalmente ese maldito teléfono. Felicitaciones, un par de coqueteos, alguna risa forzada y:

- Neshama, Elga nos envió un megakilowatts de tu kyria. CardinalHealths, lo tienes?

- Joder, es mi aniversario. Dijeron que podía ir de vacaciones. Sí, si tengo idea. Mándame los generales.

- Ok, your highness. Mañana para que lo estudies con calma.

Luego de un cordial saludo para la autora de sus días, me voy directo a la computadora a revisar mis noticias.

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No cuestiono. Nunca cuestiono.

Es más sucio que el sarro que se forma en los escusados, como una cama llena de mentiras. Y yo, soy cualquier otro cepillo de cerdas flexibles; las sábanas de una king de agua luego de un fin de semana compartido.

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Salir a las 11:00 a.m., tomar el tren de las 12:40 p.m. y esperar. Regresar en ese mismo tren a las 5:45 p.m. No recibir mayores indicaciones sobre el cómo.

Cuando salí de la ducha, fantaseaba sobre los posibles escenarios para la misión, había leído todo el expediente del paciente y no encontraba nada que me hiciera suponer complejidad para llevarla misión a término. Mientras me untaba mi crema de strawberry champagne. Decidí probar con unas bermudas de corduroy; unos viejos puma color rosa y una de tantas camisetas de sorority gal que robé de la distribuidora de aquel chico de casi dos metros. Pensé en llevar mi cabello sujeto con un listón, pero preferí atarlo y dejar el listón bordeando sobre mi cabeza, alargar mis pestañas y probar un brillo con sabor.

Luego, una mochila, muda extra, una laptop y el viejo libro de Kotter sobre la industria médica.

El guardia y ese desenfado mutuo que sólo nos remite una absurda cotidianidad. Hartazgo hasta de sus preguntas recurrentes. ¿A dónde va?. ¿Qué hace aquí?. ¿Qué trae?. Pase y que tenga buen día.

Buscar el punto de coincidencia más transitado para tomar el tren en punto. El tedio.

Lo reconozco.

Es un tramo de media hora para llegar desde la zona hasta la estación de trasbordo del transporte público, el tren y el aeropuerto: justo al corazón de la ciudad. He pasado cientos de veces por ahí. El edificio del MUMA cubre los trenes ligeros que conectan a toda la parte sur. Ese tren que hemos tomado es el único que nos lleva a la parte norte.

No ha sido difícil lograr el contacto. Basta disimular una lectura, sentarse dos asientos delante y quedar justo enfrente. Viejos trucos aprendidos en cualquier discoteca. Luego, dejar unos minutos de absorta contemplación. La ventana, mis piernas, la ventana, mis senos, la ventana, mi mirada directa y cayó.

La plática discurre sobre cosas que no tienen importancia; cosas que de tan triviales resulten de los más sugerentes.

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Pasamos todo el tramo hasta llegar al trasbordo. Nos despedimos al bajar mientras me retoco el brillo labial saborizado. Me adelanto hacia la zona de los trenes ligeros y me pierdo entre los locales de comida que rodean la estación. Sé que me sigue con la mirada desde que nos despedimos; sé que viene detrás y adelantarme fue sólo una manera de hacerme seguir.

Justo cuando cruza la calle me ve entrar en el baño público. Hay tanta gente que nadie repara en dónde se mete quién. Él me ve. Me sigue. Lo espero detrás de la puerta de un baño vacío. Entra. Salgo y hago atrancar el seguro de la puerta. De aquí a que busquen al encargado de limpieza, le habré dado el mejor BJ de su vida.

Y sí, me avienta contra los mingitorios y yo trato de besarlo pero se escurre por debajo de mi falda. No me queda más que abrir las piernas e indicarle que antes tiene que lamerme y succionar con fuerza mis muslos, que no sólo me bese. Cuando quiere llegar a mi labios vaginales le doy un empellón con la pierna derecha y me le monto encima.

Lo beso con toda mi lengua. Un beso largo que deja un hilo babeante por sus comisuras labiales. Empiezo a desbotonar su pantalón y tirar de su pene tanto como me sea posible. Justo empiezo a bajar cuando su respiración cambia de ritmo, se entrecorta, y su rostro se torna pálido al principio y poco a poco se amorara. Su cuerpo se agita por lo que salto hasta dejar mi vagina descubierta justo a la altura de sus ojos.

No contengo la risa y le digo: ah, bárbaro… ¿petite morte? A ver, ahora ¡levántate y anda! Lázaro.

Entonces tomo el lazo que sostiene mi cabello y lo aprieto tan fuerte como puedo alrededor de su cuello…

******

Me pongo de pie, me lavo la cara, me cambio de zapatos y de falda. Recuerdo que hay una especial en Victoria’s Secret de lociones para el cuerpo y brillos labiales. Hacia allá me dirijo.

Otra vez el crepúsculo.

El día que me vaya de aquí, es lo único que voy a extrañar. **** Los días se suceden enrarecidos en esta casa, los días, las noches, todo el reloj, parece que es un sola cuenta interminable suspendida dentro de un montón de arena café pardosa, enmohecida, envilecida. Ya no queda nada para desmantelar, está todo listo para levantar el vuelvo, una y otra vez. Me dieron tan pocas horas para desacer la evidencia y empacar maletas, que creo ésta fue la parte más engorrosa de la operación. Luego de un año aquí, sola, lejos de cualquier referencia humana a quién asirme, he comprendido que en cualquier lugar puedo estar mejor que de donde he venido. He conocido a un imbécil, el otro día que salí a dar un paseo por la playa, me ha invitado un café y luego un par de whiskeys en un bar cercano, me ha preguntado sobre mí, sobre mi vida y algo me dijo sobre unas vacaciones por todo el país. Mentira. Era un agente encubierto de los de aquí, de los de a caballo. Habló demasiado, interrogó demasiado, lo he traído a casa para tener sexo mediocre, no es que me gustara el hombrecillo, tenía que entrar y ver que no había nada extraño. Le he dicho que soy la esposa de un militar de la aerea gringa, que no hago mayor cosa que salir de vez en cuando a comprar víveres, pasear, ir al yoga, esperar a que me regresen al piloto y en el inter aburrirme mortalmente como la esposa abnegada que no seré nunca. Tengo armas, documentos sobre energía nuclear en donde pretenden desarrollar la frontera del silicio y un circuito cerrado que instalaron aquí desde antes que yo llegara, obviamente, todo subterráneo. El sexo no fue casual, fue distractor. Y pobre de su mujer, si es que la tiene. Coger mediocremente debiera contemplarse como causal de divorcio. Me ha inventado historias tan bochornosas en menos de dos horas, que he sentido una profunda lástima por él, por la carencia de su entrenamiento, pero sobretodo, por su pésima capacidad para mentir. Uno no le entra a este negocio sin antes haber probado que sabe mentir, incluso, engañarse a sí mismo. Seducir es de facto, mentir. Seducir es hacer tragar un cuento que apele a las carencias y necesidades del otro. Es por eso que decidí dar aviso inmediato, no porque el topo sospechara de mis palabras, a ese lo he mandado a dormir calientito. Sino por el puro hecho de haberlo enviado. La pequeña Sodoma está tan envuelta en sí misma, que sospecha de todos y por las razones equivocadas. Me han dicho que tengo que regresar para entrenamiento, no niego que tengo un poco de reticencia de volver con mi gente, con los que hablan mi lengua, comen lo que como, visten como visto, creen en lo que debería de creer. Esta operación me interesa, más como un reto personal que como un reto profesional, me han elegido a mí porque saben que soy tan taimada que no tengo el menor escrúpulo a la hora de disparar. He aquí una mujer con las maletas hechas y la casa vacía, que se encamina al punto más bajo del mundo, donde el mar de tan salado se tiñe de un azul más profundo. A confrontarse con las hojas del libro que no pudo arrancar, a re-conocerse en el anegado e inefable, yo.

Los informes.

Leo los informes que me han enviado desde la oficina central, tardó un pequeñísimo rato en analizar lo que yo supongo es una estrategia para continuar la misión o abortar la misión, no sé no me queda tan claro, si estuvieramos en guerra una orden mal dada, nos costaría la batalla. Me indican que la misión va bien, en el sentido de haber ubicado la información que necesitaba, está posicionada; pero que va floja porque no pega en el target de manera contudente. Habrá que reinsertar una táctica subeversiva, apuntalar toda la maldita estretegia. Yo pretendo, que hay que pegar a quien y donde se deba pegar, lo demás son ejercicios de tiro...

No hay necesidad de creer en Dios...

ni de creer en tí. *** Estaba sentada mirando por la ventana que da a la carretera, escuchando lloriquear al perro de la vecina. Dando vueltas a la necesidad de salir de mi pequeño oasis playero. La enorme taza de café que sostenía en las manos narra por sí misma esas noches largas, sin objetivo aparente, en las que mis manos no se detienen, exploran, se subyugan ante encuentros de lo íntimo, de lo cotidiano, eso mío que no quiere darse por abandonado. Para luego, abir los ojos grandes, como platos y, vivenciar en cada pedacito de lo desconocido, del eco que se reproduce, letra por letra. Y un rumorcito carrasposo me despertó de la ensoñación diciendo: Mi Lady, usted ya no necesita más sueño(s), véngase. A mi cama.

Mi nombre es Peligro, mi apellido Mossad.

Pero tú, puedes llamarme solamente Lady. Ayer veía esa película ridículamente mushy que me hizo caer en cuenta del hoyo nego en el que estaba metida hasta hace unos meses. El día que decidí desempolvar las armas, llamar al servicio y decirles: ani tzeh poh and, I know you need me back. Looking for a Putiland Mission. Me gusta hablarles en inglés, mi hebreo está un poco oxidado desde que dejé el servicio hace casi 10 años. Ocho añitos fuera y las cosas han tomado su sitio. Lo dejé para "crecer" en la vida, para aprender un oficio y para "volverme un ser sociable"... no sucedió. Y todo para darme cuenta, que tarde o temprano había que volver. Lo mío, lo mío, siempre fueron las armas, el engaño, la manipulación, el desencanto de una cara bonita y unas manos frías. Pero empezé tan joven, tan llena de "ilusiones", que me especializé y me harté demasiado rápido, las cosas no estaban dispuestas aún para mí. Ahora lo están, ahora lo estoy, hay que salir a coger por el culo a todos aquellos cerdos traidores que así lo merezcan. Mientras estuve en receso, afilé las uñas de Miss a Lady, no es alarde ni amenaza. Sólo que un buen día me desperté enfadada de pretender ser una chica simple y boba, me desperté cansada de ocultarme de mí misma entre la parafernalia de mis accesorios carísimos y mis sábanas de más de 800 hilos de algodón egipcio. Una no puede vivir siempre en el Cesaer's Palace. Y aún tengo todo eso. No puedo dejar de concebir la vida sin cubrirme con plumas de ganso, pero he probado eso que por ahí escribieron: la sal de la vida. Yo no soy blandita, yo no me voy a quitar. Y a veces fantaseo con abrir fuego en la 6ta. Strip. No estoy escondida, solamente estoy oculta en el mejor lugar, justo ahí, donde todos pueden verme. Y van a seguir sabiendo, mucho. de mí. Todavía tengo muchas historias para contar.

Vine por tí desde muy lejos.

Nov 4, 2009.

La noche que llegué era linda y despejada. La carretera estaba cerrada y atravezarla fue eso que muchos cristianos llamarían: un víacrucis. *** Yo llevaba una falda blanca, una blusa blanca. Tú una camisa oscura y el cabello totalmente vuelto hacia atrás, con esa extraña barba desprolija que cuando crece luce como de remedo revolucionario. Y el olor a mandarinas de tu perfume que me cautivó desde el primer beso. *** No tenía más ganas que tus ganas. No tenía vida fuera de tu vida. No tenía voluntad si no era compartida. A veces, la compañía no era serena, el silencio ahogaba de las palabras omitidas, la violencia de una charla vacua de las cosas que no tienen importancia y de lo políticamente correcto. De un querer escupirte: relaja tu puto esfínter. Que las paredes se craquelan y, tú solamente elevando esa copa rebozada con tu hedonismo excesivo. *** Vino derramado sobre la alfombra. La fiesta acabó. Y la esencia de lo pasado revuleve las tripas volviendo el cuerpo pesado como vivir una resaca perenne y sempiterna. Como ese proyecto tuyo por siempre inacabado. *** Mi paso me dejó una boca corrompida.