viernes, 2 de abril de 2010

Más que un nombre.

El karma es la vida que me sucede. El dharma, también.

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Un cúmulo de cansancio ahogado alrededor de mis ojos. Tres días de viaje relámpago a la planta de Minneapolis para aterrizar una noche despejada, casi transparente. Apenas tuve tiempo de cambiarme, subir la cuesta llena de olivos, edificios distantes a la mirada de morbosos que se erigen como un recordatorio de que "nosotros", no estamos seguros en ningún lugar.

Había dejado este lugar en calidad de otra cosa, era una mancebica. No tenían dónde esconderme de la furia que me esperaba afuera:

"Niña de once años dispara a sangre fría sobre reconocido militar bla bla bla..."

Infante, mujer, discapacitada, extranjera... Ordinaria. Y ahora estaba otra vez, con mis ojos hundidos en la miseria perenne de los actos de otros, recorriendo los pasillos con la misma sensación de escrutinio que buscaba a mis espaldas, lo que llaman: talento innato de sangre fría, sosciego y crueldad, que no es otra cosa que el haber vivido siempre en un exilio autoinducido.

Arriba me esperaba una reunión laboral y un careo pendiente con mi pasado.

Aún no estabamos en igualdad de condiciones, pero lo vi tan impecable, con las abotonaduras casi blindadas, la misma sonrisa seca y la barba crecida hasta el cuello, viene bien disfrazar heridas con piedad.

Se hizo una tensión ligera cuando entramos, que distendieron con la alegata sobre los paramilitares kurdos. Pasamos ocho horas cautivos entre discusiones, mapas, costes, evaluaciones, propuestas. El calor me asfixiaba, cuesta mucho pasar tanto tiempo encerrada y rodeada de tanto militar. Al terminar, se levantó y se dirigió a mí, el silencio se hizo evidente, pero mi jefe logró disiparlo en el resto de los presentes, me ha dicho:

- Es una pena que no supieramos que estarías aquí para Pesaj, princesa, a tu imma le hubiera gustado muchísimo que nos acompañaras, pero ya sabes que no es bueno darle sorpresas y con los chicos tiene siempre mucho estrés.

Yo me limité a responder:

- Pesaj sameaj para usted y los suyos, General.

Mi jefe me tomó de los hombros dirigiéndose a él:

- General, su princesa invitada especial de mi esposa en la casa que tenemos cerca de Haifa, vendrán mis sobrinos, tiene muchas ganas de conocer a la princesa. Disculpe que no le participáramos de su visita, fue precipitado y no premeditado. Y ya ve como son las esposas, la madre de la princesa nos comprenderá.

El General se despidió de ambos, desalojaron la sala y mi jefe al quedarnos solos sin separarse de mí me recordó que mi estadia sería muy breve, que mandarían por mis pocas cosas para irme inmediato a Haifa.  Que fuera inventándome una vida creíble para complacer a las preguntas de toda su familia.

- De quedarte aquí, tu padrastro viene a cobrarte las heridas que no se ganó en batalla.

Yo sólo me quedé pensando en ese nombre, el mío, que me han dicho varias veces y tenían tantos años sin escuchar.

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