Me gustan las palabras a las que yo les invento sus propios significados, por ejemplo: guijarros. Los guijarros son en mi mente, unos pájaros de tamaño mayúsculo que viven en las costas y abundaban durante el prehistórico. Aunque sé, que sólo son piedras.
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Los guijarros de mi fantasía son como tu sonrisa pixelada a muchos bits de distancia.
Como el eco de tu voz entrecortada, enmedio de la noche, llamando a mi cama.
Te he dicho cuánto te esperé?
Una noche, otra noche, cada miércoles por la madrugada.
Ebrio o drogado, lloviendo o sudando.
Cuando era niña me endilgaron aquella historia de que los ángeles en el cielo forman a las parejas antes de enviarlas a la tierra. Y sé que los angeles no existen, que te burlarías socarronamente de mi incredulidad, cómo siempre. Hay ternurita que no es linda, me dijiste.
Y yo que voy a ciegas caminando, un paso trabando al otro, sin detenerme, hasta estamparme en la pared. Porque así soy yo. Sin importar, quiénes o cuántos, dónde o qué, ese lugar, el tuyo, permanece intacto. Así, inmutable, como un par de luceros.
Pero eso, tampoco tiene importancia, habibe.
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