sábado, 30 de enero de 2010

Ensayo sobre la muerte de un cerdo.

Las primeras luces del amanecer tiñen de caramelo el vértice que se dibuja entre el mar y el cielo para despedir un olor a cuero enmohecido y cierta textura pegajosa de la brisa que cae entre las palmeras transplantadas, como una alusión a esos cuadros vacuos de escenarios felizmente californianos. Ése es mi espectáculo matutino. Todas las mañanas me siento a esperar a que suene el teléfono para recibir indicaciones. Mi línea no está intervenida, ni siquiera debe estar registrada.

Tengo pocos meses en este lugar tan vulgarmente cotidiano. He aprendido los patrones-horarios y los movimientos de los vecinos que me rodean. Hacer chit-chat con las chicas de servicio no viene nada mal; despeja suspicacias sobre mi persona y así reconozco por quiénes estoy rodeada. Hace algunas semanas escuchaba tiros a unas casas de distancia: ese sonido familiar de fuego seco aunque las armas estén silenciadas. Viejo lobo de mar, apagué la televisión, nevermind, pensé. Y la policía apostada frente al ventanal de mi sala, varias veces al día. Los observaba y me sabía observada. Finalmente confiscaron la casa. Era molesto tener a la policía local metida tan cerca. Y todo por unos baratos secuestradores.

Suena finalmente ese maldito teléfono. Felicitaciones, un par de coqueteos, alguna risa forzada y:

- Neshama, Elga nos envió un megakilowatts de tu kyria. CardinalHealths, lo tienes?

- Joder, es mi aniversario. Dijeron que podía ir de vacaciones. Sí, si tengo idea. Mándame los generales.

- Ok, your highness. Mañana para que lo estudies con calma.

Luego de un cordial saludo para la autora de sus días, me voy directo a la computadora a revisar mis noticias.

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No cuestiono. Nunca cuestiono.

Es más sucio que el sarro que se forma en los escusados, como una cama llena de mentiras. Y yo, soy cualquier otro cepillo de cerdas flexibles; las sábanas de una king de agua luego de un fin de semana compartido.

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Salir a las 11:00 a.m., tomar el tren de las 12:40 p.m. y esperar. Regresar en ese mismo tren a las 5:45 p.m. No recibir mayores indicaciones sobre el cómo.

Cuando salí de la ducha, fantaseaba sobre los posibles escenarios para la misión, había leído todo el expediente del paciente y no encontraba nada que me hiciera suponer complejidad para llevarla misión a término. Mientras me untaba mi crema de strawberry champagne. Decidí probar con unas bermudas de corduroy; unos viejos puma color rosa y una de tantas camisetas de sorority gal que robé de la distribuidora de aquel chico de casi dos metros. Pensé en llevar mi cabello sujeto con un listón, pero preferí atarlo y dejar el listón bordeando sobre mi cabeza, alargar mis pestañas y probar un brillo con sabor.

Luego, una mochila, muda extra, una laptop y el viejo libro de Kotter sobre la industria médica.

El guardia y ese desenfado mutuo que sólo nos remite una absurda cotidianidad. Hartazgo hasta de sus preguntas recurrentes. ¿A dónde va?. ¿Qué hace aquí?. ¿Qué trae?. Pase y que tenga buen día.

Buscar el punto de coincidencia más transitado para tomar el tren en punto. El tedio.

Lo reconozco.

Es un tramo de media hora para llegar desde la zona hasta la estación de trasbordo del transporte público, el tren y el aeropuerto: justo al corazón de la ciudad. He pasado cientos de veces por ahí. El edificio del MUMA cubre los trenes ligeros que conectan a toda la parte sur. Ese tren que hemos tomado es el único que nos lleva a la parte norte.

No ha sido difícil lograr el contacto. Basta disimular una lectura, sentarse dos asientos delante y quedar justo enfrente. Viejos trucos aprendidos en cualquier discoteca. Luego, dejar unos minutos de absorta contemplación. La ventana, mis piernas, la ventana, mis senos, la ventana, mi mirada directa y cayó.

La plática discurre sobre cosas que no tienen importancia; cosas que de tan triviales resulten de los más sugerentes.

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Pasamos todo el tramo hasta llegar al trasbordo. Nos despedimos al bajar mientras me retoco el brillo labial saborizado. Me adelanto hacia la zona de los trenes ligeros y me pierdo entre los locales de comida que rodean la estación. Sé que me sigue con la mirada desde que nos despedimos; sé que viene detrás y adelantarme fue sólo una manera de hacerme seguir.

Justo cuando cruza la calle me ve entrar en el baño público. Hay tanta gente que nadie repara en dónde se mete quién. Él me ve. Me sigue. Lo espero detrás de la puerta de un baño vacío. Entra. Salgo y hago atrancar el seguro de la puerta. De aquí a que busquen al encargado de limpieza, le habré dado el mejor BJ de su vida.

Y sí, me avienta contra los mingitorios y yo trato de besarlo pero se escurre por debajo de mi falda. No me queda más que abrir las piernas e indicarle que antes tiene que lamerme y succionar con fuerza mis muslos, que no sólo me bese. Cuando quiere llegar a mi labios vaginales le doy un empellón con la pierna derecha y me le monto encima.

Lo beso con toda mi lengua. Un beso largo que deja un hilo babeante por sus comisuras labiales. Empiezo a desbotonar su pantalón y tirar de su pene tanto como me sea posible. Justo empiezo a bajar cuando su respiración cambia de ritmo, se entrecorta, y su rostro se torna pálido al principio y poco a poco se amorara. Su cuerpo se agita por lo que salto hasta dejar mi vagina descubierta justo a la altura de sus ojos.

No contengo la risa y le digo: ah, bárbaro… ¿petite morte? A ver, ahora ¡levántate y anda! Lázaro.

Entonces tomo el lazo que sostiene mi cabello y lo aprieto tan fuerte como puedo alrededor de su cuello…

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Me pongo de pie, me lavo la cara, me cambio de zapatos y de falda. Recuerdo que hay una especial en Victoria’s Secret de lociones para el cuerpo y brillos labiales. Hacia allá me dirijo.

Otra vez el crepúsculo.

El día que me vaya de aquí, es lo único que voy a extrañar. **** Los días se suceden enrarecidos en esta casa, los días, las noches, todo el reloj, parece que es un sola cuenta interminable suspendida dentro de un montón de arena café pardosa, enmohecida, envilecida. Ya no queda nada para desmantelar, está todo listo para levantar el vuelvo, una y otra vez. Me dieron tan pocas horas para desacer la evidencia y empacar maletas, que creo ésta fue la parte más engorrosa de la operación. Luego de un año aquí, sola, lejos de cualquier referencia humana a quién asirme, he comprendido que en cualquier lugar puedo estar mejor que de donde he venido. He conocido a un imbécil, el otro día que salí a dar un paseo por la playa, me ha invitado un café y luego un par de whiskeys en un bar cercano, me ha preguntado sobre mí, sobre mi vida y algo me dijo sobre unas vacaciones por todo el país. Mentira. Era un agente encubierto de los de aquí, de los de a caballo. Habló demasiado, interrogó demasiado, lo he traído a casa para tener sexo mediocre, no es que me gustara el hombrecillo, tenía que entrar y ver que no había nada extraño. Le he dicho que soy la esposa de un militar de la aerea gringa, que no hago mayor cosa que salir de vez en cuando a comprar víveres, pasear, ir al yoga, esperar a que me regresen al piloto y en el inter aburrirme mortalmente como la esposa abnegada que no seré nunca. Tengo armas, documentos sobre energía nuclear en donde pretenden desarrollar la frontera del silicio y un circuito cerrado que instalaron aquí desde antes que yo llegara, obviamente, todo subterráneo. El sexo no fue casual, fue distractor. Y pobre de su mujer, si es que la tiene. Coger mediocremente debiera contemplarse como causal de divorcio. Me ha inventado historias tan bochornosas en menos de dos horas, que he sentido una profunda lástima por él, por la carencia de su entrenamiento, pero sobretodo, por su pésima capacidad para mentir. Uno no le entra a este negocio sin antes haber probado que sabe mentir, incluso, engañarse a sí mismo. Seducir es de facto, mentir. Seducir es hacer tragar un cuento que apele a las carencias y necesidades del otro. Es por eso que decidí dar aviso inmediato, no porque el topo sospechara de mis palabras, a ese lo he mandado a dormir calientito. Sino por el puro hecho de haberlo enviado. La pequeña Sodoma está tan envuelta en sí misma, que sospecha de todos y por las razones equivocadas. Me han dicho que tengo que regresar para entrenamiento, no niego que tengo un poco de reticencia de volver con mi gente, con los que hablan mi lengua, comen lo que como, visten como visto, creen en lo que debería de creer. Esta operación me interesa, más como un reto personal que como un reto profesional, me han elegido a mí porque saben que soy tan taimada que no tengo el menor escrúpulo a la hora de disparar. He aquí una mujer con las maletas hechas y la casa vacía, que se encamina al punto más bajo del mundo, donde el mar de tan salado se tiñe de un azul más profundo. A confrontarse con las hojas del libro que no pudo arrancar, a re-conocerse en el anegado e inefable, yo.

Los informes.

Leo los informes que me han enviado desde la oficina central, tardó un pequeñísimo rato en analizar lo que yo supongo es una estrategia para continuar la misión o abortar la misión, no sé no me queda tan claro, si estuvieramos en guerra una orden mal dada, nos costaría la batalla. Me indican que la misión va bien, en el sentido de haber ubicado la información que necesitaba, está posicionada; pero que va floja porque no pega en el target de manera contudente. Habrá que reinsertar una táctica subeversiva, apuntalar toda la maldita estretegia. Yo pretendo, que hay que pegar a quien y donde se deba pegar, lo demás son ejercicios de tiro...

No hay necesidad de creer en Dios...

ni de creer en tí. *** Estaba sentada mirando por la ventana que da a la carretera, escuchando lloriquear al perro de la vecina. Dando vueltas a la necesidad de salir de mi pequeño oasis playero. La enorme taza de café que sostenía en las manos narra por sí misma esas noches largas, sin objetivo aparente, en las que mis manos no se detienen, exploran, se subyugan ante encuentros de lo íntimo, de lo cotidiano, eso mío que no quiere darse por abandonado. Para luego, abir los ojos grandes, como platos y, vivenciar en cada pedacito de lo desconocido, del eco que se reproduce, letra por letra. Y un rumorcito carrasposo me despertó de la ensoñación diciendo: Mi Lady, usted ya no necesita más sueño(s), véngase. A mi cama.

Mi nombre es Peligro, mi apellido Mossad.

Pero tú, puedes llamarme solamente Lady. Ayer veía esa película ridículamente mushy que me hizo caer en cuenta del hoyo nego en el que estaba metida hasta hace unos meses. El día que decidí desempolvar las armas, llamar al servicio y decirles: ani tzeh poh and, I know you need me back. Looking for a Putiland Mission. Me gusta hablarles en inglés, mi hebreo está un poco oxidado desde que dejé el servicio hace casi 10 años. Ocho añitos fuera y las cosas han tomado su sitio. Lo dejé para "crecer" en la vida, para aprender un oficio y para "volverme un ser sociable"... no sucedió. Y todo para darme cuenta, que tarde o temprano había que volver. Lo mío, lo mío, siempre fueron las armas, el engaño, la manipulación, el desencanto de una cara bonita y unas manos frías. Pero empezé tan joven, tan llena de "ilusiones", que me especializé y me harté demasiado rápido, las cosas no estaban dispuestas aún para mí. Ahora lo están, ahora lo estoy, hay que salir a coger por el culo a todos aquellos cerdos traidores que así lo merezcan. Mientras estuve en receso, afilé las uñas de Miss a Lady, no es alarde ni amenaza. Sólo que un buen día me desperté enfadada de pretender ser una chica simple y boba, me desperté cansada de ocultarme de mí misma entre la parafernalia de mis accesorios carísimos y mis sábanas de más de 800 hilos de algodón egipcio. Una no puede vivir siempre en el Cesaer's Palace. Y aún tengo todo eso. No puedo dejar de concebir la vida sin cubrirme con plumas de ganso, pero he probado eso que por ahí escribieron: la sal de la vida. Yo no soy blandita, yo no me voy a quitar. Y a veces fantaseo con abrir fuego en la 6ta. Strip. No estoy escondida, solamente estoy oculta en el mejor lugar, justo ahí, donde todos pueden verme. Y van a seguir sabiendo, mucho. de mí. Todavía tengo muchas historias para contar.

Vine por tí desde muy lejos.

Nov 4, 2009.

La noche que llegué era linda y despejada. La carretera estaba cerrada y atravezarla fue eso que muchos cristianos llamarían: un víacrucis. *** Yo llevaba una falda blanca, una blusa blanca. Tú una camisa oscura y el cabello totalmente vuelto hacia atrás, con esa extraña barba desprolija que cuando crece luce como de remedo revolucionario. Y el olor a mandarinas de tu perfume que me cautivó desde el primer beso. *** No tenía más ganas que tus ganas. No tenía vida fuera de tu vida. No tenía voluntad si no era compartida. A veces, la compañía no era serena, el silencio ahogaba de las palabras omitidas, la violencia de una charla vacua de las cosas que no tienen importancia y de lo políticamente correcto. De un querer escupirte: relaja tu puto esfínter. Que las paredes se craquelan y, tú solamente elevando esa copa rebozada con tu hedonismo excesivo. *** Vino derramado sobre la alfombra. La fiesta acabó. Y la esencia de lo pasado revuleve las tripas volviendo el cuerpo pesado como vivir una resaca perenne y sempiterna. Como ese proyecto tuyo por siempre inacabado. *** Mi paso me dejó una boca corrompida.